¿Villana o víctima? Entendiendo el papel de la mujer en el narcotráfico latinoamericano

El encarcelamiento de mujeres va en aumento en América Latina y está creciendo a un ritmo mucho más rápido que el de los hombres, con consecuencias devastadoras para las mujeres privadas de libertad, sus familias y comunidades. Fuente: WOLA

Una de las formas más efectivas en que la Guerra contra las Drogas justifica la violencia es estereotipando a sus enemigos: diversos actores en el tráfico de drogas. Estos “señores de la droga”, “capos” y “reinas de la cocaína” amenazan la estabilidad de los barrios de clase media, aterrorizan pueblos sin nombre y corrompen a niñxs inocentes. De esta manera, el narcotráfico se convierte en asunto que se ve en blanco y negro, y la guerra contra las drogas en una cruzada moral. Sin embargo, grandes etiquetas como éstas no toman en cuenta las historias complejas y las circunstancias específicas que explican la presencia de la mayoría de las mujeres en el tráfico de drogas.

Si bien los estereotipos de la Guerra contra las Drogas se basan en la simpleza y la claridad moral, las mujeres en América Latina tienen una relación intrínsecamente compleja con las drogas ilícitas, caracterizada por el tejido entre políticas punitivas, vulnerabilidad socioeconómica y desigualdad de género. Desde la década de 1980, las mujeres de América Latina se han involucrado más en los mercados de drogas, desempeñando típicamente roles no violentos de bajo nivel como el último eslabón del sistema. En muchos casos, estas mujeres actúan como “microtraficantes”, vendiendo pequeñas cantidades de drogas, o se dedican al transporte de sustancias ilícitas dentro y fuera de las fronteras estatales por órdenes de actores más poderosos.

En todo el mundo, particularmente en el Norte Global, devoramos y exigimos la narrativa del "señor de la droga", mientras los visitantes acuden en masa a los tours de Pablo Escobar, y a Griselda Blanco le hacen una nueva miniserie de Netflix. Sin embargo, la realidad de las mujeres en el narcotráfico cuenta una historia completamente diferente, más humana, marcada tanto por la agencia como por la desventaja, situada dentro de un contexto de patriarcado.

La Dra. Corina Giacomello, investigadora de la Universidad Autónoma de Chiapas en México, describe la naturaleza de la participación de las mujeres en el tráfico de drogas: “Sin querer desestimar la agencia de las mujeres en la perpetración de delitos, (que a menudo se enmarca en contextos de victimización de género y en situaciones socioeconómicas adversas) sin embargo, son predominantemente las estructuras patriarcales y la violencia de género las que condicionan la participación de las mujeres en actividades criminales”.

Si bien nuestro conocimiento de la relación de las mujeres con las drogas y el tráfico de drogas ha evolucionado mucho en los últimos años, siguen teniendo antecedentes considerablemente variados. Las experiencias de las mujeres a menudo están marcadas por una serie de vulnerabilidades (marginación económica y social, racismo y xenofobia), pero también pueden incluir momentos de lo que parece ser agencia u oportunismo. Sin embargo, suelen experimentar relaciones y formas de exclusión social que influyen en su participación en el narcotráfico. Para muchas, sus parejas masculinas son la puerta de entrada hacia delitos menores, donde las mujeres los ayudan en el comercio, buscando ser "buenas" esposas o novias. La violencia de género, tanto de las relaciones sentimentales como de los traumas infantiles, también pueden ser detonantes para la criminalidad. Las mujeres que cometen delitos menores de drogas son una población compleja que superan a las explicaciones simples con otras infinitamente más difíciles por su falta de visibilidad dentro de la sociedad.

Sin embargo, en general, las mujeres en el tráfico de drogas provienen de contextos de desventaja social, realizan trabajos de alto riesgo en niveles bajos de la escala del crimen organizado, en una economía no regulada que está controlada predominantemente por hombres. Y por supuesto, las mujeres en estas ocupaciones vulnerables, (como mensajeras a pequeña escala, vendedoras de bajo nivel o involucradas en la transportación) tienen más probabilidades de ser arrestadas y encarceladas, y donde están sujetas a todo el peso de la política punitiva de drogas.

Lxs mensajerxs y microtraficantes de drogas son naturalmente objetivos para la represión de la fuerza pública; son fáciles de interceptar, simples de enjuiciar y frecuentemente sujetos a extorsión. Estos casos están llenando rápidamente las cárceles de América Latina. Aunque el número de hombres encarcelados por delitos de drogas (y en general) supera al de las mujeres, el número de mujeres encarceladas por delitos de drogas en la mayoría de los países de América Latina está aumentando a un ritmo más acelerado. Una vez dentro del sistema de justicia penal, las mujeres continúan teniendo una experiencia de género particular, ya que están desproporcionadamente sujetas a prisión preventiva y largas sentencias, causando estragos en sus familias y en quienes dependen de ellas.

 

Fuente: WOLA

 

De acuerdo con Coletta Youngers, investigadora principal de la Oficina en Washington para asuntos de América Latina (WOLA por sus siglas en inglés): “Detrás de las estadísticas del rápido aumento del número de mujeres encarceladas por delitos de drogas en América Latina, hay historias trágicas de mujeres, a menudo madres solteras, que terminan vendiendo pequeñas cantidades de drogas o transportando drogas para poder llevar comida a la mesa de sus hijxs. No son las que obtienen grandes ganancias, pero son las más fáciles de detener, y pueden pasar años tras las rejas, con consecuencias devastadoras para sus hijxs y familias”.

Giacomello agrega que: “Ver a estas mujeres como “traficantes” no solo seguirá empeorando las condiciones carcelarias y separando a las familias, en particular a las hijas e hijos de sus madres privadas de libertad, sino que también perpetuará la violencia contra las mujeres y su reproducción por parte de las estructuras del estado”.

Las políticas severas de drogas han demostrado ser particularmente perjudiciales para las mujeres. En muchos países, las sentencias por “tráfico” de drogas son más duras que las de violación o asesinato, y las mujeres acusadas de delitos relacionados con las drogas tienen muchas más probabilidades de permanecer en prisión preventiva que los hombres, languideciendo tras las rejas durante meses o incluso años antes de que siquiera se compruebe la culpabilidad. Atrapadas en un agresivo sistema de criminalización, estas mujeres y su individualidad son borradas, lo que hace increíblemente fácil ignorar las circunstancias únicas que hacen que el encarcelamiento sea particularmente severo para esta población. En promedio, las mujeres en las cárceles de América Latina tienen más probabilidades de ser madres, tener más de tres hijxs, haber sido madres en la adolescencia y alrededor del 39% tienen parejas que están encarceladas. Las mujeres encarceladas, en particular las madres, sufren graves consecuencias emocionales y psicológicas, y sus hijxs a menudo enfrentan desafíos educativos y estigma social.

Como Youngers menciona: “Las historias de participación de mujeres en el tráfico de drogas revelan circunstancias similares. Por ejemplo, Gaby, quien proviene de una comunidad indígena en México, transportaba cannabis dentro del país como una forma de pagar los gastos médicos altísimos debido a una parálisis cerebral de su hijo. Ella fue detenida, sentenciada a 10 años de prisión y liberada después de siete años. Su hijo finalmente tuvo que ingresar en una institución, mientras que su otro hijo estaba con parientes, esa familia perdió 7 años juntos. Gaby ha tenido que enfrentarse a obstáculos tremendos para reconstruir su vida, y con los antecedentes penales que tiene ahora, se le ha dificultado mucho encontrar empleo. Su encarcelamiento no hizo absolutamente ninguna diferencia en el tráfico de drogas, pero tuvo consecuencias devastadoras para Gaby y sus hijos”.

Estudios estiman que, dependiendo del país, entre el 35 % y el 70 % de las mujeres encarceladas lo están por delitos de drogas, a pesar de que esa estrategia no hace nada para interrumpir los mercados de drogas.

 

Entonces, ¿qué romperá el ciclo?

 

Giacomello cree que “para abordar este problema, es necesario afrontar la violencia de género y apoyar la economía de los cuidados, así como descriminalizar los delitos menores relacionados con las drogas y fortalecer la aplicación de medidas alternativas al encarcelamiento con perspectiva de género”.

En otras palabras, la justicia para las mujeres en el narcotráfico significa la descriminalización y un cambio total de la dureza generalizada que las políticas punitivas de drogas han creado para las mujeres en América Latina. Las experiencias de estas mujeres demuestran que la Guerra contra las Drogas es cada vez más una guerra contra las mujeres. Abordar la relación entre las mujeres y el tráfico de drogas requerirá un cambio sistémico de forma cuidadosa, incluida la consideración legal para traficantes y contrabandistas de bajo nivel, no solo a lxs consumidores, a través de sentencias no privativas de libertad y mayor apoyo social. Requerirá un cambio de política y de perspectiva.

En los medios de comunicación populares, se nos muestra que los actores del narcotráfico son villanos de proporciones míticas. Pero ¿y si fueran madres, cuidadoras, supervivientes? ¿Entonces qué?