Críticas al Modelo de Tratamiento Awakn al abrirse la Segunda Clínica para Tratar la Adicción

Centro de Vancouver, BC. Imagen de la autora.
Las compañías farmacéuticas emergentes están prometiendo tratamientos revolucionarios para el abuso de sustancias basados en el modelo de enfermedad cerebral de la adicción (BDMA, por su sigla en inglés), en contraste con el histórico enfoque de criminalización promovido por la Guerra contra las Drogas.
Awakn Life Sciences anunció el mes pasado la apertura de una segunda clínica en Londres, tras el lanzamiento de su primera clínica en Bristol en marzo de 2021. La compañía de biotecnología afirma que “la salud mental y la adicción son la quinta causa principal de enfermedad a nivel mundial, afectando a 20 % de la población”, y afirma que la psicoterapia asistida por psicodélicos puede transformar radicalmente los tratamientos existentes, proporcionando una cura duradera para los pacientes, a diferencia del enfoque de mantenimiento de la psiquiatría tradicional.
El nuevo tratamiento es el resultado de una extensa investigación sobre el uso terapéutico de drogas psicodélicas para tratar la depresión, la ansiedad, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y el uso de sustancias. Las clínicas del Reino Unido ofrecerán un protocolo de nueve semanas que incluye once sesiones de psicoterapia, cuatro de las cuales implican la administración de ketamina, por un costo total de £6,000.
El Modelo
Awakn no es la única clínica que administra medicamentos psicodélicos para tratar la adicción. Por ejemplo, MindMed ofrece un tratamiento para la adicción basado en una versión sintetizada de la Ibogaína, e indica en su sitio web que la adicción es una enfermedad cerebral, “impulsada por un conjunto de procesos patológicos que incluyen la desregulación de la dopamina, un potente neurotransmisor del sistema de motivación-recompensa ubicado en el mesencéfalo”.
Muchas de estas compañías emergentes se basan en la creencia de que la adicción es una afección neurológica crónica que implica recaídas. Los defensores del modelo argumentan que, a través de este enfoque, la adicción ya no se ve como una falla moral que debe ser castigada, sino más bien como una condición que requiere ser tratada con medicamentos efectivos y abordada mediante intervenciones de salud pública adecuadas.
Críticas
Aunque el BDMA podría reducir el estigma y la culpabilización al ofrecer explicaciones biogenéticas de los comportamientos, también puede aumentar la discriminación basada en su definición de la adiccion como enfermedad. De hecho, un estudio ha demostrado que la medicalización - convertir ciertos aspectos del comportamiento humano en un asunto médico (como lo acuñó Irving Zola en 1972) - puede aumentar los pronósticos pesimistas, obstaculizar el proceso de recuperación y reforzar el estereotipo de que las personas que dependen de las drogas son peligrosas.
Tal como ha argumentado el Dr. Tehseen Noorani, la medicalización también puede obstaculizar los esfuerzos de despenalización. Al convertir ciertas sustancias (en este caso, la ketamina) en medicamentos, el modelo también puede reforzar la idea de que existe un uso “adecuado” de estas sustancias, es decir, sólo aquel con fines terapéuticos y aplicados exclusivamente en contextos clínicos altamente controlados, lo cual implica que el consumo recreativo e independiente es inseguro e irresponsable y, por lo tanto, ilegal y punible. Existe el temor de que este fenómeno lleve a algún grado de lo que Nick Powers describió como "elitismo médico", en el cual drogas anteriormente ilegales sólo están disponibles como costosos medicamentos, lo que dificultaría (o imposibilitaría) el acceso a la mayoría de las personas. Esto, a su vez, limita el derecho de las personas a consumir sin criminalización y a beneficiarse de estas drogas fuera de un contexto clínico.
Esta actitud también alimenta el "excepcionalismo psicodélico", o la narrativa de que los psicodélicos "no son como otras drogas" y se perciben de manera diferente a otras sustancias porque son vistas como "herramientas" asociadas con la productividad, la curación, las experiencias místicas, particularmente para un grupo de usuarios predominantemente blanco, occidental y de clase media. Por otro lado, los individuos y grupos que consumen ketamina, cocaína, cannabis y heroína - especialmente los pobres y BIPOC (acrónimo anglosajón usado para referirse a personas negras, indígenas y de color) - en contextos no clínicos continúan siendo castigados, estigmatizados y marginados como resultado de una - muy hipócrita - Guerra contra las Drogas. Cabe preguntarse si la medicalización los beneficiaría a ellos también.
Captura de pantalla de un anuncio patrocinado en Facebook por la empresa emergente Earth Resonance que promueve la microdosificación para mejorar la productividad. Imagen de la autora.
Una Historia Controvertida
En el episodio 25 de la serie de podcasts "Crackdown", Garth - presentador y ex usuario de opioides de Vancouver, BC - participa en una cautivadora conversación con la historiadora de la ciencia Nancy Campbell sobre el desarrollo del BDMA. El episodio revela la controvertida historia de este enfoque sobre la adicción a través del análisis de la película “The Narcotic Farm”, que documenta el establecimiento de la primera prisión-hospital en Lexington, Estados Unidos, donde se envió a rehabilitación a personas con problemas de uso de sustancias y se les utilizó como conejillos de indias para investigar las causas fisiológicas de la adicción.
Nancy y Garth creen que este modelo sólo alimentó la idea de que las personas que consumen drogas deben ser curadas y tratadas, argumentando que tales enfoques reduccionistas no toman en cuenta factores sociales y estructurales más amplios como el racismo y la pobreza. Además, el modelo médico le quita agencia a las personas que consumen drogas y pone el poder en manos de médicos y psiquiatras.
“No creo que la ciencia vaya realmente a aceptar las estructuras y condiciones políticas, económicas y sociales, y en particular el tipo de violencia estructural a la que están sometidas las personas”, afirma Nancy.
La adicción es un tema complejo. No existe una solución sencilla. La medicalización, a pesar de sus buenas intenciones, podría conducir a más desigualdades en salud, a un acceso limitado a un suministro seguro y a una mayor estigmatización de los “malos usuarios”. Centrarse en la salud y el comportamiento individual podría distraernos de trabajar a un nivel estructural y colectivo.