Ricardo Soberón: Cómo la Economía de la Cocaína en Perú Amenaza a Indígenas de la Amazonía

Ricardo Soberón es abogado y consultor peruano en temas de política de drogas en la región andina. También es asesor de organizaciones campesinas de productores de coca. En 2011, fue designado para encabezar la comisión nacional de control de drogas, Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (DEVIDA). Fotos: Francesca Brivio

Perú es el segundo productor de hoja de coca y cocaína del mundo. Ahí, hay más de 500 pistas de aterrizaje clandestinas activas para alimentar a gran parte de los casi 21 millones de usuarios de cocaína que hay en el mundo. Y ahí, el abogado Ricardo Soberón ha ocupado dos veces la dirección de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (DEVIDA), la entidad que gestiona los cerca de 8 millones de dólares que la embajada norteamericana asigna para erradicar las plantaciones de coca y los cerca de 270 millones de dólares destinados a los programas presupuestales de control de oferta, desarrollo alternativo y tratamiento y prevención del consumo. Pero, contrario a ello, Soberón, cada vez que ha podido, ha criticado esa estrategia basada en la erradicación no de la cocaína, sino de las plantas de coca antes de ser procesadas.

Sin recurrir a la fuerza, Soberón trató de frenar el crecimiento del cultivo ilegal de la hoja de coca en el principal enclave cocalero de la selva peruana -conocido como VRAEM-, pero cuando impulsó el diálogo directo y permanente con los dirigentes cocaleros de la zona, lo tildaron de ‘pro cocalero’. Cuando planteó el cambio de una erradicación forzada y sin garantías por una reducción sostenible de los cultivos en el tiempo y en los territorios más vulnerables, fue acusado de apoyar al narcotráfico. También impulsó un Plan Piloto del Pacto Social Ciudadano, dirigido a proponer una reducción del espacio cocalero a cambio del desarrollo socioeconómico de las localidades y la prevención y tratamiento del consumo de drogas, pero nunca encontró el apoyo político.

Nadie que lo conozca realmente podría considerar a Soberón un político antidrogas. En un mundo que ha promovido el prohibicionismo de las drogas y, con ello, la disociación de derechos fundamentales, Soberón, en 2009, por ejemplo, creó el Centro de Investigación de Drogas y Derechos Humanos, la única organización -de las decenas en las que ha participado- en la que reconoce haber aprendido sobre drogas.

 

En Perú, los planes nacionales contra el cultivo de coca comenzaron en la década de 1980 y permanecen hasta hoy. ¿Qué consecuencias directas podría traer la detención de las erradicaciones?

Se molestan los americanos y -la verdad- eso me va y me viene, pero tengo que decirlo: la subordinación del Perú al departamento de Estado es algo nunca antes visto. Dependen completamente de los americanos, y los americanos se sienten americanos en el Perú.

 

Desde el 2002, las hectáreas erradicadas en el VRAEM no son ni el 1% de la extensión cultivada. Pero, durante su gestión, propuso la auto erradicación para disminuir los cultivos de coca. ¿No es la erradicación persé, en cualquiera de sus formas, ya una política ineficaz?

Yo insisto en que la única manera de lograr una reducción sostenible de cultivos de coca en el Perú es a partir de un acuerdo voluntario, con razonamiento y con conocimiento del productor, no por la fuerza. Lo primero que tenía que lograr era convencer de que no es la erradicación forzosa la manera de hacer las cosas, sino que sea por acuerdo entre ambas partes, es decir, una erradicación concertada. Y plantee eso. Y firmé un pacto con la cooperativa cacaotera de mujeres Sumaq Sunqu. Me entregaron seis hectáreas de coca [reducidas voluntariamente] y para mí fue muy simbólico, porque yo no había soltado ni un sol. Ellas entendieron el mensaje. Luego vino el golpe de Estado de Pedro Castillo y tuve que salir.

 

Ha criticado las mediciones de los cultivos de coca de la Casa Blanca por su inexactitud. ¿Qué nos dicen realmente las cifras de erradicación de cultivos? ¿Son un índice confiable?

No, de ningún modo. EE.UU. tiene su sistema estándar para todo el mundo, pero no da cuenta de la metodología que usan ni da cuenta de sus bases de datos. Y hay países, como el Perú, que han decidido soberanamente tomar sus propios medios, maneras y formas. Pero las cifras de erradicación son solo una meta establecida en enero de cada año por el gobierno norteamericano. Ahora, EE.UU. anunció el incremento de 8 millones de dólares para la erradicación este año y eso es un terrible error, porque la erradicación sin desarrollo rural es un motor de deforestación y promueve un círculo vicioso ‘cultivo erradicado, cultivo sembrado’. Es decir, el campesino-empobrecido-inmigrante que rocía los bosques, siembra coca, y cuando viene la erradicación se va a otro lado y sigue repitiendo el mismo ciclo: el efecto globo. Eso es lo que está pasando.

 

¿Es posible llevar la erradicación de coca hacia una estrategia distinta?

La erradicación es una política de Estado. Yo quería reformular el control de oferta. El control de oferta no es erradicación: tienes a la Marina en capitanía, tienes a la fuerza aérea en el monitoreo aéreo; tienes a la unidad de investigación financiera, tienes aduanas, tienes a Sunat [organismo tributario peruano] para insumos químicos, tienes a varias organizaciones, pero mi presupuesto no tenía plata para eso.

 

Usted ha dicho que “el narcotráfico puede ser el factor que haga desaparecer a los pueblos indígenas de la Amazonía sudamericana”. ¿Por qué?

Hay una íntima relación entre la demanda internacional de cocaína −particularmente en Europa Occidental y en EE.UU.− y la destrucción de la Amazonía. El impacto de esta destrucción repercute en la destrucción de los pueblos indígenas amazónicos. Es necesario poner este problema en la agenda política regional e internacional. Debemos entender que el narcotráfico es la economía voraz por excelencia. No hay otra economía en el mundo que tenga esa capacidad de romper estructuras sociales y culturales como las que tiene el narcotráfico.

Si implementas un modelo basado en el narcotráfico en un escenario ancestral como el que vive un pueblo indigena amazónico, es imposible enfrentarse en igualdad de fuerzas. No hay posibilidad de que puedan coexistir. Es la economía del narcotráfico la que -a través del matrimonio con alguna de las hijas del jefe de la comunidad, el alquiler de tierras para poder plantar coca, construir pistas de aterrizaje- ejerce la forma más vil de subordinación de un modelo económico sobre el otro. Debemos también anotar la profunda debilidad institucional, política y procesal del Estado peruano para sentar bases democráticas y soberanas en su Amazonía. Urge la imperiosa necesidad de que el más grande actor político del Perú, cualquiera sea su color político, aborde este tema al más alto nivel de política exterior, defensa, seguridad y salud y desarrollo.

 

El fracaso de la guerra contra las drogas está sustentado en las cifras. Eso ya no es una novedad en el debate global sobre las drogas. ¿Cuáles diría que son la razones o intereses que existen en el Perú para que, pese a la evidencia, no hayan cambios significativos o de raíz en el trabajo que se hace?

Empecemos por la policía. El cuerpo policial está hecho para administrar la seguridad ciudadana conforme a sus intereses. Es un aparato que gana más mientras más detenidos tenga. Si no tuviera la guerra contra las drogas, no podría detener por drogas y tendría que intentar detener por algo que es más difícil: el hurto, el robo, que requieren flagrancia. En el caso de las drogas, pueden incluso sembrar o amedrentar.

El otro es el caso de los diplomáticos. Este año yo mismo lo he vivido: en cada sitio que me iba afuera, Cancillería siempre me mandaba un ‘tigre’ que me acompañaba para ver que yo no me saliera de los ‘márgenes’ de lo ‘correctamente establecido’. Para un diplomático, el tema de las drogas es un factor de articulación y cooperación internacional. Si le quito eso, lo dejo con un factor menos de recursos, espacios, plataformas, actores, procesos, entonces, no les conviene quitar el sistema de control de drogas.

 

¿Cuáles son los principales mitos y estigmas que se han fomentado en el Perú sobre las drogas?

El primero, por ejemplo, que el uso ancestral de la hoja de coca es un atavismo, un asunto del pasado, y que conforme las nuevas generaciones van creciendo van olvidándose de esta ‘verde manera’ de ver la vida. Pero las encuestas nacionales sobre uso de coca en los hogares 2013-2019 nos dicen que su uso ha aumentado de 3 a 5 y de 5 a 6 millones de usuarios.

El segundo, que el 92% de la hoja de coca se va al narcotráfico y solo el 8% va al consumo legal. Pero cuando un segmento del mercado lo tienes controlado, maniatado, manipulado, monopolizado, frente a una industria como la del narcotráfico, asimétrica, totalmente voraz en su capacidad de crecimiento, es obvio que va a suceder así; en cambio, si generas condiciones ceteris paribus para la coca legal en el Perú, vas a tener un crecimiento importantísimo del consumo legal.

El tercero, que todos los usos de drogas devienen en usos problemáticos, cuando, en realidad, en el universo del uso de sustancias hay matices, colores, diversidades, que casi podríamos hablar de experiencias individuales.

 

¿Cómo describiría el panorama actual del comercio global de cocaína tras la pandemia?

La pandemia nos ha dejado un mercado global de la cocaína absolutamente boyante: 21 millones de usuarios en el mundo; 6.5 millones de usuarios en EE.UU.; 4.5 millones de usuarios en Europa Occidental; 4 millones en Brasil, y eso es proveído por Colombia y Perú. La pandemia ralentizó el comercio marítimo y obligó al narcotráfico internacional a cambiar de estrategia de transporte global. Entonces, fueron directamente a la Amazonía. Ya nos les importa si tienen que ir directamente al río Putumayo, al río Yavarí, donde hay una hoja grande, con mayor cantidad de fibra que de alcaloide, no les importa, la idea es poder distraer a las policías regionales para sacar la cocaína por Brasil.

Lo mismo podemos decir con Ecuador que, históricamente, no ha cultivado coca, a pesar de estar en medio de dos países productores. Pero, hoy en día, las tasas de violencia en Guayaquil han aumentado; en el Guayas, en Santa Elena, en Manabí, es casi igual a los peores momentos de Colombia. ¿Por qué? Porque ha sido necesario distraer a las policías del mundo con cargas de cocaína que salieran de Guayaquil, o del aeropuerto de Quito, donde no era peligroso como El Dorado (aeropuerto de Bogotá) o Jorge Chávez (aeropuerto de Lima). Son estrategias comerciales que sin duda nos presentan un escenario global de la cocaína que no ha decrecido, sino todo lo contrario.

 

Respecto a la posición del presidente de Colombia, Gustavo Petro, quien declaró en una conferencia de prensa que la guerra contra las drogas y la desregulación de las drogas fueron un fracaso, ha dicho que en Perú “somos un poco más modestos y realistas”. ¿Qué significa ser modestos y realistas?

Yo no voy a pensar en ganar el Mundial si ni siquiera he ganado mi campeonato nacional de fútbol. Con eso te resumo toda mi apreciación. No basta con tener la razón, que la tenemos. Es necesario tener una correlación de fuerza tal que te permita entrar con capacidad de convencimiento, con hechos contundentes y hechos producidos, no por producir. Antes que hablar como Petro, hay que hacer.

Yo creo que si Gustavo Petro convierte su discurso al ámbito estrictamente colombiano, que se dé por bien servido y que lo logre. Pero de allí a pretender que Colombia, siendo uno de 191 actores, logre convencer al mundo musulmán, a China republica popular, a EE.UU., o a las Europas derechistas, sobre la necesidad de reformar esto, lo veo bien difícil. Es evidente la necesidad de hacer ese trabajo y habrá que hacerlo, pero que entienda Gustavo Petro que no está en su dominio lograrlo. En su dominio está lograr que en Colombia haya reducción de años de manera totalmente legal, que se hagan sustitución permanente de cultivos, que se hagan una serie de cosas dentro de Colombia. Si luego de eso, con Perú y con Bolivia nos ponemos de acuerdo, ya es un pasito, estoy seguro que lo podemos dar, pero no podemos generar una situación de confrontación y convulsión que, al final, no se va a saber cómo plantear en el día a día.

 

Desde hace varios años el Perú arrastra una crisis política aguda. ¿De qué manera las crisis políticas impactan en las políticas de drogas?

De una sola manera: son factores distractores de las cosas que están detrás de las drogas: pobreza rural, exclusión, relaciones internacionales injustas, asimétricas y desproporcionadas.


*Esteban Acuña es cofundador y Francesca Brivio es coordinadora de acciones de reducción de riesgos y daños de Soma, proyecto que acerca a Latinoamérica los debates y acciones más urgentes y actuales sobre el complejo mundo de las drogas.