¿Qué nos muestra la crisis del coronavirus sobre la política de drogas en Colombia? En este artículo, reflexionamos sobre cómo las políticas de drogas altamente punitivas de Colombia han alimentado la crisis carcelaria, que se ha intensificado con la propagación de COVID-19.
La pandemia de coronavirus ha llamado la atención sobre las deficiencias que nuestra sociedad ha estado enfrentando, incluidas las debilidades en nuestro Sistema de Cuidado de la Salud, la violencia de género que aumentó durante la cuarentena, altos niveles de trabajo informal, y los retos de en línea en entornos rurales. Existe una necesidad demostrable de mejores políticas para apuntalar estos problemas. Sin embargo, poco se ha dicho sobre las políticas de drogas que nos rigen, políticas de alto costo y efecto limitado, y la necesidad actual de una transición hacia políticas basadas en evidencia con enfoque de derechos humanos y salud pública.
Esta pandemia también arroja luz sobre un tema usualmente resignado a los límites exteriores del debate público: cómo nuestra política punitiva de drogas alimenta la economía del país. crisis carcelaria—una crisis que se ha intensificado con la propagación de COVID-19. Abordar este tema también es particularmente relevante a raíz de Decreto 546 de 2020, que prevé medidas para paliar el hacinamiento en las cárceles durante la pandemia, con exclusión de los infractores de drogas.
A partir del 14 de abril, según cifras del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (Inpec), en Colombia hay 120,885 personas privadas de libertad en 132 establecimientos penitenciarios. En conjunto, estas instalaciones tienen una capacidad teórica de 80,928. Comparando estas dos cifras se observa un hacinamiento del 49.37%. Sin embargo, no se trata de una crisis nueva, sino todo lo contrario. Desde 1998, la Corte Constitucional ha declarado que las cárceles del país se encuentran en estado de Estado de cosas inconstitucional debido a su hacinamiento y a las deplorables condiciones dentro de los centros penitenciarios.
Acercándonos a los niveles nacional, regional y departamental, el tráfico de drogas, el transporte o la fabricación forman uno de los 10 cargos principales que resultan en encarcelamiento. Según cifras del Inpec, 24,917 personas han sido procesadas y condenadas por estos delitos, lo que representa el 20.6% de la población carcelaria total. En conjunto, constituyen el cuarto delito más sancionado después del hurto, el homicidio y el concierto para delinquir. ¿Por qué hay tanta gente en la cárcel por cargos relacionados con las drogas? Hay tres razones principales, según Luis Felipe Cruz, investigador de políticas de drogas de dejusticia.
El primero se debe a lo que se ha llamado una “adicción al castigo”, el aumento paulatino de las leyes y penalizaciones de drogas en Colombia a lo largo de muchos años. Para ser más precisos, “para 1970 había 3 artículos que tipificaban como delito el narcotráfico con 10 actividades sancionadas”, afirmó Cruz. “Actualmente tenemos 12 artículos en el Código Penal con 50 actividades sancionadas (o verbos definitorios)”. Algunos de estos verbos guía incluyen: introducir, extraer, transportar, poseer, almacenar, almacenar, desarrollar, vender, ofrecer, adquirir, financiar, suministrar, en esencia, cualquier actividad.
Una vez más, en 2013, la Corte Constitucional declaró un Estado de cosas inconstitucional en el sistema carcelario y penitenciario. Residencia en observaciones por la Comisión Asesora de Política Criminal, la Corte subrayó que la crisis en las cárceles se debe a un diseño de política criminal mal pensado, que afecta a los más vulnerables y escala las penas en respuesta a la opinión pública. En otras palabras, parece que tenemos una cierta preferencia por castigar y sancionar, apuntando en particular a las actividades relacionadas con las drogas.
La segunda razón tiene que ver con el hecho de que la clasificación específica hace que sea mucho más fácil arrestar y procesar a una persona por delitos de drogas. Una gama tan amplia de actividades puede cubrir casi cualquier actividad que involucre sustancias ilícitas, lo que hace que arrestar a un perpetrador sea mucho más fácil de procesar para las autoridades porque hacerlo no requiere una investigación judicial o policial muy sofisticada. De acuerdo a un informe del 2019 de la Fundación Ideas para la Paz (FIP), los delitos relacionados con las drogas representaron un tercio de todas las detenciones de 2014 a 2018, solo superadas por los hurtos. Hubo un estimado de 194 arrestos por drogas diariamente durante ese período.
Una tercera razón a considerar es la imposibilidad de aplicar diferentes penas por delitos de drogas. En Colombia, “las personas que son condenadas por delitos de drogas terminan pasando 3/5 de su condena en prisión porque las normas penales no permiten que se les asigne una alternativa al encarcelamiento”, dijo Cruz. Así, toda persona que sea condenada, incluso por un delito menor no violento, será sancionada con pena privativa de libertad. Las alternativas, como el arresto domiciliario, se niegan categóricamente. Esta misma lógica se repite en el artículo 6 del decreto actual, que excluye todos los delitos de drogas de los procedimientos de liberación durante la pandemia. Aparentemente, el gobierno cree que estos delincuentes representan una amenaza extraordinaria y, por lo tanto, no deberían ser liberados ni siquiera por una emergencia de salud, incluso si esto va en contra de los hechos.
Una publicación de Dejusticia de 2017, de Cruz y sus colegas, contiene otros datos clave para entender mejor la situación de Colombia. Al comparar los resultados recopilados de 10 países de América Latina, afirma que, “mientras que la población general ha crecido un 19% en los últimos 15 años, la población carcelaria ha crecido un 141.8% y la población privada de libertad por delitos de drogas un 289.2%. " Hasta 2013, esta tasa de crecimiento fue superior a la de Argentina, Brasil, Bolivia, Costa Rica, Ecuador, México, Perú, Uruguay y Estados Unidos. Además, la investigación y sanción se ha centrado en los actores menos poderosos de la cadena de producción y consumo de drogas. De 2005 a 2014, el blanqueo de capitales y el concierto para delinquir, delitos cuya persecución podría tener un mayor efecto desestabilizador del mercado de las drogas, solo representaron el 0.5% y el 0.7% del total de detenciones, respectivamente.
Todo lo anterior nos muestra que, desde hace varias décadas, diferentes gobiernos han decidido invertir recursos, tiempo y esfuerzo en mantener estas políticas punitivas. Esto incluye la presidencia de Juan Manuel Santos, quien siguió la misma lógica de castigo, a pesar de defender las reformas a la política de drogas. Aparentemente, estas políticas se han convertido en una forma de mostrar al público algunos "resultados" en la guerra contra las drogas. Por lo tanto, puede parecer pertinente preguntarnos sobre estos resultados: ¿en qué medida estos arrestos y condenas afectan los mercados de drogas ilegales?
Para Cruz, estas medidas no son efectivas, ya que afirma que "la política de encarcelar a muchas personas de los niveles inferiores de la cadena del narcotráfico se contrarresta con la disponibilidad continua de más personas que se encuentran en las mismas condiciones socioeconómicas y están dispuestas a ocupar esos puestos dentro de la cadena criminal”. Adicionalmente, el referido informe de la FIP concluye que, de acuerdo a la prueba (ver Pollack y Reuter), el aumento de los arrestos y la imposición de penas más severas no está relacionado con un aumento en los precios de las drogas. En otras palabras, tienen poco efecto sobre la demanda de drogas ilícitas.
Según Alberto Sánchez, investigador en seguridad ciudadana, tampoco está clara la eficacia de estas políticas. “Obviamente, la operación en el espacio público se ve afectada por este tipo de acciones (detenciones)”, dijo Sánchez, “pero en realidad, cuando uno mira toda la dinámica, es claro que no”. Para Sánchez, encontrar reemplazos y redes criminales a ese nivel es tan dinámico que las investigaciones, detenciones y procesos judiciales son muy lentos en comparación con lo que pueden hacer las organizaciones criminales para reestructurarse. En otras palabras, la capacidad de controlar la distribución y el suministro, así como la capacidad de extraer ingresos ilegales (ya sea que se destinen al blanqueo de capitales, a la compra de armas, etc.), apenas se ven afectadas por estas detenciones.
Sánchez también aporta un punto crucial: “quienes realmente terminan haciendo guerras territoriales son los jóvenes. Las detenciones y las muertes son el alto precio que pagan los jóvenes”. Agregó que, en la mayor parte de Colombia, el mundo de las víctimas jóvenes es prácticamente el mismo que el de los jóvenes victimarios potenciales. Por eso, continuó Sánchez, el verdadero desafío es diseñar e implementar políticas que protejan a esta población no solo del homicidio “sino de pagar un alto precio bajo unas regulaciones que, además de ser ineficientes, son extremadamente estrechas en su visión porque no afectan las operaciones importantes a lo largo de la cadena”.
Dado que estas detenciones ineficaces ya han ocurrido, cabe preguntarse, ¿quiénes están hoy en las cárceles de Colombia por delitos de drogas? Tomando como base las cifras del Inpec, del total de hombres hoy en prisión, el 22% lo está por los delitos de tráfico, fabricación o transporte de estupefacientes, y en el caso de las mujeres es el 46%. Casi la mitad de las mujeres encarceladas hoy lo están por delitos relacionados con las drogas. Como se mencionó, estas políticas están dirigidas a actores sin poder a lo largo de la cadena.
Si bien aún existen muchos vacíos de información en la caracterización de las personas privadas de libertad por delitos de drogas, la caracterización más completa que existe a la fecha es un estudio de 2019 de mujeres detenidas en centros correccionales, realizado por el Ministerio de Justicia y del Derecho junto con la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Undoc). En todo el país se aplicaron 2,058 encuestas en 18 establecimientos penitenciarios y los resultados son bastante claros: las mujeres fueron detenidas principalmente entre los 18 y los 35 años; el 22.5% no tenía ningún tipo de educación y el 49.7% solo completó la educación primaria; el 83% venía viviendo en los estratos económicos 0, 1 y 2; 48% reportó haber sido víctima de algún tipo de violencia de género; El 58% eran mujeres cabeza de familia y el 60% de las mujeres eran madres antes de los 18 años.
También es importante considerar el impacto diferencial en la sociedad cuando se encarcela a una mujer. Según Luz Piedad Caicedo, subdirectora de la Corporación Humanas Colombia, cuando un hombre es encarcelado, las mujeres que lo rodean generalmente continúan cuidándolo y pasan a soportar las cargas económicas de mantener el hogar que este hombre pudo haber tenido. “De una forma u otra, las mujeres se convierten en un amortiguador del impacto social de encarcelar a un hombre”, dijo Caicedo. Intentan mantener el tejido familiar que se ve afectado por el encarcelamiento de un hombre. Por el contrario, cuando una mujer entra en prisión, la situación resultante no suele ser amortiguada por nadie porque, por lo general, o bien no estaba presente un hombre al principio o, cuando la mujer entra en prisión, el hombre se retira y deja a esta mujer a la deriva con todas las personas que han dependido económicamente de ella o de él. Cuando una mujer ingresa en prisión, todo un sistema de atención que dependía de ella se derrumba.
Al ser consultado sobre el impacto que tienen estas detenciones en el mercado de las drogas ilícitas, Caicedo responde que indudablemente no tienen ningún efecto. Las mujeres que acaban yendo a prisión por este delito son absolutamente fungibles, y eso lo tienen muy claro las organizaciones criminales. Caicedo destaca que, mientras haya menos oportunidades laborales y de formación, habrá más mujeres empobrecidas, y el narcotráfico ofrecerá una fuente alternativa de ingresos.
La crisis del COVID-19 ha llegado en medio de este predicamento. En nombre de la eliminación de las drogas, el país lleva décadas invirtiendo todo tipo de recursos en políticas punitivas que no tienen mucho efecto en estos mercados. Además de su ineficacia, son políticas con graves daños colaterales: rupturas familiares, revictimización y ciclos perpetuos de pobreza. Seguimos declarando guerras (contra las drogas, contra los antros, contra los traficantes) sin querer prestar mucha atención a la raíz de estos fenómenos, ni a las evidencias. Las cárceles del país abogan por medidas para paliar el hacinamiento precisamente ahora, cuando esta población está excluida de la libertad, victimizada una vez más en medio de la pandemia.
¿Podríamos hacer algo diferente? Sí: es nuestro deber y es una deuda que tenemos con quienes han sido víctimas de la guerra contra las drogas. Para Cruz, una de las principales reformas que se debe llevar a cabo es reformar el artículo 68 del Código Penal que niega medidas correctivas alternativas al encarcelamiento para personas ya condenadas por delitos de drogas. Esto ayudaría mucho a reducir el hacinamiento en las prisiones.
Algunas recomendaciones del Viceministerio de Política Criminal del Ministerio de Justicia incluyen garantizar un uso más eficiente de los recursos policiales y judiciales para combatir los delitos violentos, el narcotráfico de alto nivel y otras amenazas graves a la seguridad. Asimismo, deben existir alternativas al encarcelamiento para los menores infractores relacionados con drogas, aquellos que son fácilmente reemplazables en la cadena del narcotráfico y cuyo encarcelamiento no tiene un efecto significativo en el desmantelamiento de las organizaciones criminales. Es decir, hasta la misma institución encargada de la política de drogas del país ha sido clara al respecto. Entonces, ¿por qué hemos tardado tanto en reformar estas políticas?
Las medidas gubernamentales promulgadas el 15 de abril hacer poco para resolver la crisis y una vez más excluir los delitos relacionados con las drogas ilícitas de las alternativas a la prisión. Si, como hemos argumentado a lo largo del texto, una parte importante del hacinamiento en las cárceles del país se debe al encarcelamiento irracional de esta población, mantenerlos en los centros de detención implica no solo seguir desconociendo las recomendaciones de las comisiones asesoras, sino inevitablemente exponiendo a la población carcelaria a un contagio masivo, como ya ocurre en Villavicencio, Bogotá y Florencia.
Castigar con prisión todo delito que ocurre en el país no solo ha sido ineficaz para desmantelar el mercado de la droga, sino que también ha alimentado gran parte del hacinamiento que se vive hoy en las cárceles colombianas. Esta oportunidad debe aprovecharse para promover acciones sensatas, basadas en evidencia, que protejan simultáneamente la salud pública y los derechos humanos y sean proporcionales al delito cometido. Es importante seguir impulsando un debate sobre el tipo de castigos que imponemos como sociedad, sobre el enorme gasto económico y social que representa, y sobre la necesidad de reformar esta fallida política criminal.
Este artículo fue publicado originalmente (en español) en La Silla Vacía: https://lasillavacia.com/silla-llena/red-de-la-innovacion/politica-de-drogas-punitiva-alimenta-la-crisis-carcelaria-72360
* Catalina Gil Pinzón (Twitter: @catalinagilp) & Isabel Pereira Arana (Twitter: @marshtita)